El claroscuro del pingüino
tres veces y le tiró un beso
Ella pudo ver lo bien que lo entrenaron.
Todavía practicaba, le dijo
para merecer su destino brillante.
¿Qué parte del número estás
ensayando? preguntó ella. La casa de muñecas
se reflejó en el cuartito hasta que apagaron las luces.
Después dulces dulces sueños y un farol
en la calle dejó entrever un carnaval más grande que la vida.
La calesita tomó velocidad y luego se detuvo.
Apagaron las luces. Alguien empujaba
los autitos chocadores hacia la salida,
el brillo de los ojos en sus caras.
Era un día seco. Los ojos estaban encerrados
en sus pequeños dulces ataúdes. La mente aturdida
por la ducha. De pronto un poco frío (alguien estaba hablando).
Un cambio de ropa? preguntó el dueño del sueño.
Sí. Ella sería un azul nuevo, el terreno de ahora,
un nunca esperar, destinado
al placer en ese espacio que queda entre
un puntita de oscuridad y el arroró de la madrugada.
El beso llegó justo a tiempo.
Una brisa abrió la ventana en una tarde lejana.
versión patricio grinberg
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