30.8.12

Lydia Davis




Miedo



Prácticamente todas las mañanas, cierta mujer de nuestro barrio sale corriendo de su casa con la cara pálida y el sobretodo flameando. Grita “¡Emergencia, emergencia!”, y uno de nosotros va corriendo y la sostiene hasta que sus miedos se calman. Sabemos que está inventando; no es que de verdad le haya pasado algo. Pero entendemos, porque difícilmente alguno de nosotros no haya sentido alguna vez el impulso de hacer lo que ella acaba de hacer, y cada vez hizo falta toda nuestra fuerza, y hasta la fuerza de nuestros amigos y familias, para tranquilizarnos.





Distraída



El gato lloriquea en la ventana. Está queriendo entrar. Pensás que vivir con un gato y con los requerimientos de un gato te hace pensar en cosas simples, como la necesidad de un gato de entrar a la casa, y lo bueno que es eso. Pensás en esto y estás demasiado ocupada pensándolo como para dejar entrar al gato, así que te olvidás de dejarlo entrar, y sigue lloriqueando en la ventana. Ves que no dejaste entrar al gato, y pensás en lo raro que es que mientras pensabas en las necesidades del gato y lo bueno que es vivir con las necesidades básicas de un gato, no lo hacías entrar sino que seguías dejándolo lloriquear en la ventana. Después mientras pensás en esto y lo raro que es, dejás entrar al gato sin saber que lo estás dejando entrar. Ahora el gato se sube a la mesada y lloriquea porque tiene hambre. Ves que el gato tiene hambre pero no pensás en darle de comer porque estás pensando en lo raro que es que hayas dejado entrar al gato sin saberlo. Después ves que lloriquea de hambre y no le estás dando de comer, y mientras lo ves y pensás que es raro que no lo hayas oído lloriquear, le das comida al gato sin saber que se la estás dando.





The Collected Stories of Lydia Davis (2009)
versión Laura Wittner



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